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CAPÍTULO 43.

COMPANYS PROCLAMA EL “ESTAT CATALÁ”

 

 

En la noche del 4 de octubre, tan pronto como se conoció en Barcelona la constitución del nuevo Gobierno, se apreciaron los síntomas precursores de la revuelta. Al amanecer del día 5, delegados de la «Alianza Obrera» comenzaron a imponer el paro. Los tranvías fueron apedreados a la salida de las cocheras e incendiados cuatro que se aventuraron a hacer el recorrido. A los comerciantes que abrieron sus establecimientos se les conminó para el inmediato cierre. Mil rumores a cual más disparatados empezaron a circular por la ciudad, por cuyas calles se veían grupos de escamots armados de pistolas y escopetas ¿Qué se preparaba? La radio difundía constantemente noticias de huelgas y graves sucesos en diversas provincias y las gentes quedaban en incertidumbre. ¿Qué había de cierto en todo eso? ¿Acaso no lo desmentían las emisoras de Madrid? El editorial de L'Humanitat daba la consigna: «Cataluña está pronta. Reivindiquemos para ella el lugar de honor en las horas que vienen. Ha llegado el momento de la movilización; que cada uno ocupe su puesto, el arma al brazo y el oído atento a las órdenes. La Generalidad dirá la palabra necesaria.»

El presidente de la Generalidad se reunió con los consejeros, pero no trascendió al público lo tratado. Al mediodía, Companys se dirigió desde la radio al pueblo para pedirle «que no se desbordase con alborotos ni violencias de ninguna clase y con iniciativas fuera del radio de acción correspondiente». ¿Qué significaba esto? El alcalde de la ciudad, Carlos Pi y Suñer, solicitaba por su parte el mantenimiento de los servicios indispensables, «lo cual no era incompatible con los fervores revolucionarios».

Llegó la noche y Barcelona con sus calles desiertas y semioscuras adquirió un aspecto dramático. Un Comité de empleados de Teléfonos y Telégrafos había decidido suspender las comunicaciones. La ciudad quedó aislada del resto de la Península. «Al quedar la Capitanía incomunicada por teléfono se dieron órdenes de establecer un sistema de transmisiones para enlace con los Cuerpos».

Mensajeros procedentes de ciudades y pueblos de Cataluña daban cuenta de que toda la región estaba en efervescencia revolucionaria. En Sabadell los revoltosos se habían apoderado del Ayuntamiento; en Villanueva y Geltrú luchaban a tiros con la Guardia Civil; en Manresa y Granollers mandaban los del Estat Catalá. En todos los sitios la inhibición de las fuerzas del Ejército era total, pues los comandantes militares habían sido advertidos «para que no intervinieran en cuestiones de Orden Público, reservadas a la Generalidad»

El foco de la subversión era la Consejería de Gobernación, instalada en el antiguo Gobierno civil, palacio sólido de piedra de sillería, de la época de Carlos III, situado en la calle del marqués de Argentera, muy cercano al puerto. En manos del consejero José Dencás, puede decirse que estaban todos los resortes del poder de la Generalidad, puesto que de él dependían las fuerzas de la Guardia Civil, las de Seguridad, Asalto y Policía. Al lado de Dencás estaban los delegados de los partidos y grupos nacionalistas, exacerbados partidarios de la lucha abierta y a ultranza contra España: de Nosaltres Sois, Palestra, Partit Nacionalista Catalá, Unió Socialista de Catalunya, Estat Catalá, Partido Republicano d'Esquerra, Bloque Obrero y Campesino. Se advertía la ausencia de los delegados de la organización más importante, aquella cuya participación en el movimiento daría a éste un desarrollo e intensidad difícil de calcular: los delegados de la C. N. T. y de la F. A. I., con los cuales se había negociado una y otra vez con insistencia, sin llegar a un acuerdo. Sindicalistas y anarquistas se negaban a reconocer otra autoridad que la suya propia: pedían armas y libertad total para la acción. Y Dencás ante tales demandas había retrocedido.

Se hallaban también allí los «técnicos», los elementos militares: el ex director general de Seguridad, comandante Arturo Menéndez, el teniente coronel Ricart March jefe de los Guardias de Asalto, el comandante Pérez Farrás, jefe de los Mozos de Escuadra y Miguel Badía, en apariencia el más impaciente y fanático de todos. En suma, el Estado Mayor de la insurrección catalana, que había redactado los proyectos para ocupar cuarteles, Capitanía General, Parque de Artillería, Aeronáutica Militar, Campo de Aviación.

Todo se hallaba a punto para ser puesto en marcha. Era la culminación de meses de incesantes trabajos que Dencás detallaba de la siguiente manera: «Subdividimos el Comité, en ponencias, una de asuntos financieros se encargaba de arbitrar medios, puesto que el Gobierno de la Generalidad no votaba ninguna partida destinada a las necesidades más elementales de la lucha que se preparaba: otra ponencia, denominada química, disponía de una fábrica adecuada, era la encargada de preparar líquidos inflamables, gases lacrimógenos y productos para producir cortinas de humo. En septiembre se realizaron experimentos con resultados satisfactorios. Una última ponencia tenía a su cargo la redacción de los planos y el estudio de los proyectos de orden militar. A mediados de septiembre recibí en mi despacho al director de la Compañía Hispano Suiza, señor Lasaleta, para mostrarme los planos ya terminados de unos carros blindados, encargados, según se le dijo, para el Cuerpo de policía». En los arsenales de la Consejería de Gobernación se almacenaban además de las armas procedentes de los Somatenes, 2.000 bombas de mano, 800 ampollas de líquido inflamable, 800 ampollas de gases lacrimógenos, dos lanzahumos, un camión blindado y 300 kilos de dinamita.

Ya hemos dicho en un capítulo anterior las disposiciones concernientes al reclutamiento de soldados para el Ejército insurrecto. «El último domingo de septiembre se celebró la primera concentración y sólo faltaron al llamamiento el diez por ciento de los alistados. Se confeccionaban rápidamente mil uniformes. A esta tropa había que sumar las organizaciones de las juventudes de Estat Catalá, Nosaltres Sois y Palestra ya preparadas». La recluta e instrucción militar en las comarcas quedó encomendada a los comisarios de la Generalidad, a los cuales el Presidente dirigió una carta concebida en los siguientes términos: «Puede presentarse una situación en la vida de Cataluña en que tengamos que dirimir nuestro problema con las armas. Como representante del Gobierno de la Generalidad tendría usted, en ese caso, que llevar la dirección del movimiento armado en el territorio de su jurisdicción. Quiero me diga lealmente cuál es su opinión y su actitud.» Las citadas comunicaciones fueron cursadas en el mes de agosto y seguidamente ordené a los Comisarios que en primer término recogiesen las armas del Somatén en las capitales de sus demarcaciones y organizasen cuadros de jóvenes. A dos de los comisarios les encargué que almacenasen cantidad suficiente de explosivos para interceptar en momento oportuno las comunicaciones con España por carretera y ferrocarril. A todos los proveí de unas circulares dirigidas a los alcaldes de los pueblos comprendidos en el territorio de las comisarías respectivas, con órdenes concretas para cuando se iniciara el movimiento. Estas órdenes se referían a cómo habían de proceder en la constitución del Ayuntamiento, obligación y responsabilidad del alcalde de mantener el orden público, relaciones de jerarquía entre alcalde y jefe de la fuerza revolucionaria, orden severa de respetar la propiedad y las iglesias e instrucciones de carácter técnico relacionadas con cada uno de los pueblos».

* * *

En la tarde del día 5, Companys se dirige de nuevo al pueblo. Comprende la impaciencia de todos y recaba confianza. «El Gobierno de Cataluña sigue minuto a minuto los acontecimientos, hace lo que tiene que hacer y hará lo que proceda cuando crea llegado el momento.» La huelga general se ha extendido a las cuatro provincias catalanas. Las gentes aguardan anhelantes un acontecimiento que no saben definir, pero todas están persuadidas de que se producirá en cualquier momento. Otra noche de zozobra y de febril ansiedad.

Barcelona despertó el día 6 bajo la losa de un denso y profundo silencio. Era un cementerio. Únicamente la radio se encargaba de suministrar a los espíritus la carga idónea para la deflagración prevista. Noti­ciarios mendaces daban como triunfante a la revuelta en toda España y al Gobierno de Madrid, sitiado por el ejército proletario vencedor. La excepción era Cataluña. Se repartía profusamente una proclama con este título: «La República Catalana.» Un escamot, fusil al hombro, sonaba un clarín. En el fondo asomaba el sol. Al pie del dibujo este grito: «¡A las armas!» Y la proclama decía: «Pueblo catalán: en estos momentos propicios, en estos instantes de exaltación, una vacilación constituiría un acto de cobardía que, cualquiera que fuese el autor, Cataluña no perdonaría nunca. El pueblo está a punto. Las formaciones están movilizadas para lanzarse a la lucha tan pronto como suene la orden de acción. ¡Fuego al que pretenda cerrar el paso! ¡Nacionalistas!; si ahora no proclamamos la independencia de Cataluña, es porque no queremos. Que escuchen nuestras autoridades este llamamiento que sale del fondo del alma: obreros, intelectuales, idealistas en los que palpita un anhelo de libertad. ¡A las armas por la república catalana!»

La Alianza Obrera, amalgama de escamots, socialistas catalanistas, elementos del Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y de la Industria y comunistas-trostkystas del grupo de Andrés Nin bullen y son los que en apariencia empiezan a ser guías y conductores de la agitación. Se incautan del Fomento del Trabajo Nacional en la Puerta del Ángel y en él instalan su Cuartel General. Redactan una proclama que fijan en los sitios céntricos de la ciudad. En ella se dice:

«El movimiento insurreccional del proletariado español contra el golpe de Estado cedista ha adquirido una extensión y una intensidad extraordinaria. Jamás se ha conocido en España alzamiento de tanta magnitud... Las noticias recibidas de todo el país no pueden ser más optimistas y alentadoras. Es necesario en estas horas críticas una acción decidida y enérgica. En este sentido la proclamación de la república catalana tendrá sin duda una influencia enorme, provocará el entusiasmo de las masas trabajadoras de todo el país e impulsará vigorosamente su espíritu combativo. Pero no se puede perder el tiempo. Es hoy cuando hay que proclamar la república catalana. Mañana podría ser tarde. Conviene que las masas populares lo tengan presente y cumplan con su deber. ¡Viva la huelga general revolucionaria! ¡Viva la República catalana!»

La proclama señalaba el rumbo político que debía seguir la rebeldía: la proclamación de la República catalana. El presidente de la Generalidad sentía a cada hora con más fuerza la presión de sus propios correligionarios, a quienes tantas veces había emplazado para que estuviesen prestos a las grandes resoluciones. Había llegado el momento de llevar a la práctica lo prometido.

«A las nueve de la mañana del día 6 —cuenta Dencás— vino a verme en Gobernación el señor Companys, para leerme dos manifiestos de que era portador y solicitar mi parecer. Uno de los documentos lo había redactado el señor Lluhí y estaba concebido en términos de ferviente republicanismo. El otro lo había escrito el propio Presidente, el cual había logrado la manera de ligar los conceptos de república y de nacionalismo para proclamar el Estado catalán dentro de la República Federal Española. Me incliné por el manifiesto compuesto por el señor Companys, si bien hube de decirle que aquel documento no interpretaba mi manera de pensar, la cual se hubiera visto plasmada exactamente en una declaración de independencia total de Cataluña, pero puesto en el trance de elegir y haciéndome cargo de las circunstancias políticas del momento votaría por su manifiesto. En la misma entrevista pregunté al Presidente si creía oportuno que diese orden de movilización y de reparto de armas. Su respuesta fue afirmativa.»

Desde aquel momento Dencás ya sabía a qué atenerse. Ordenó a Badía el inmediato reparto de armas a los escamots y el llamamiento a los rabassaires de los pueblos cercanos para que acudieran a Barcelona.

En ciertas calles comenzó la distribución de fusiles y pistolas transportadas en camiones. «Se repartieron públicamente armas cortas y largas y comenzaron a circular grupos armados». No pararon ahí las cosas: el Consejero de la Generalidad dispuso la concentración de los guardias de Asalto en los sitios estratégicos de la ciudad. «Ordené —refiere Dencás— al comandante Farrás que concentrara 400 Mozos de Escuadra en el Palacio de la Generalidad. La distribución de los mandos era la siguiente, Miguel Badía, con 3.400 paisanos armados; comandante Pérez Farrás: 400 Mozos de Escuadra; Coll y Llach, con 3.200 guardias de Asalto. Simultáneamente enviaba emisarios por toda Cataluña con instrucciones detalladas y órdenes de movilización».

A partir de este momento comienza la zarabanda infernal e incesante de las radios. A la Alianza Obrera le ha confiado el Consejero de Gobernación el encargo de convocar el pueblo catalán a las ocho de la noche en la plaza de la República, «para oír al presidente de la Generalidad la solemne declaración que fijará la actitud de Cataluña en el gravísimo momento presente». La convocatoria se repite una y otra vez, entre alocados discursos de espontáneos, soflamas histéricas o grandilocuentes llamando a las gentes a una lucha que nadie sabía decir dónde se reñiría. Unos reclamaban calma y buen juicio y otros pedían guerra de exterminio y sin cuartel. La música de una canción popular, o de una sardana, refrescaba el ambiente y permitía recobrar alientos. Al mediodía, Dencás pronuncia las siguientes palabras: «Pueblo de Cataluña: El Gobierno de la Generalidad no abriga duda de que estáis todos a su lado y que contribuiréis con vuestro heroísmo a mantener el orden. Pero como tenemos noticias de que elementos extremistas intentan perturbarlo, hemos tomado las disposiciones del caso y os avisamos de que esta tarde será tomada militarmente la ciudad por el Somatén Republicano de Cataluña. Los extremistas han iniciado una agresión contra la fuerza pública y han cometido algunas arbitrariedades que es necesario evitar, por lo que os pido ayuda a todos en estos momentos de grave responsabilidad.»

La maniobra se iba perfilando. Dencás se apoyó en «elementos extre­mistas», sin definirlos para justificar la ocupación militar de la ciudad por el «Somatén republicano», pura ficción, pues era público y notorio que con esas palabras se disfrazaba la movilización del heterogéneo conjunto de milicianos apercibidos para realizar la aventurada empresa de sostener con las armas la independencia de Cataluña. Era cierto también que elementos cenetistas y de la F. A. I. actuaban por su cuenta, e incluso distribuían una proclama en la que decían que su revolución nada tenía que ver con la anunciada por la «Alianza Obrera» y los «escamots.» Éstos recibieron orden de desarmar a los sindicalistas y detenerlos. Por lo pronto el agitador Durruti fue encarcelado y por la radio se repitió muchas veces la orden de detención de unos coches ocupados por elementos de la C. N. T. a los que se les llamaba fascistas. La dictadura de Dencás no admitiría competidores.

A las cuatro de la tarde, el Capitán General de Cataluña, general Batet, acompañado del Delegado del Estado en Cataluña visitaba al presidente de la Generalidad. Estaban interrumpidos los servicios de Correos, Telégrafos, teléfonos y ferroviarios, que por su carácter nacional e inter­nacional había que mantenerlos en función a toda costa. Incumbía al Gobierno de la Generalidad este menester y así lo hizo saber el general Batet, el cual añadió «que si llegara el momento en que fuera necesario declarar el estado de guerra, no sería una medida adoptada contra Cataluña y su autonomía, sino impuesta por la exigencia de los sucesos de España. En este caso procuraría obrar de acuerdo con la Generalidad». También se refirió el General al escandaloso reparto de armas en la vía pública. Companys en su respuesta se declaró poco amigo de la violencia: se hacía cargo de su responsabilidad y no podía adelantarle juicio alguno, porque necesitaba consultar con los consejeros. «Respecto a la interrupción de comunicaciones, les recomendó que visitaran a Dencás. Por su parte le hablaría también él para que prohibiera el reparto de armas». Obediente a la indicación del presidente de la Generalidad, el Delegado del Estado en Cataluña, Carreras Pons, se trasladó a la Consejería de Gobernación y ante el consejero reprodujo la reclamación, contestándole éste que «las fuerzas a sus órdenes no podían prestar ayuda para restablecer aquellos servicios hasta las doce de la noche». No expuso la razón de este retraso, pero estaba claro que Dencás contaba con que a medianoche sería dueño de la situación.

Hasta entonces el Consejero de Gobernación viviría en un torbellino de entrevistas y conferencias... A las cinco de la tarde recibió al general Santiago, de la Guardia Civil, «al cual con el pretexto de cuestiones de servicios procuré sondarle sobre la actitud de aquel Cuerpo ante los acontecimientos. Saqué la impresión de que dependía de la forma como se desarrollasen éstos en toda España. Así se lo comuniqué al Gobierno de la Generalidad». A continuación habló con el ministro de la Gobernación, muy interesado por saber cuál era la situación de Cataluña, pues en Madrid se decían cosas muy graves que el ministro se resistía a creer. Dencás, le transmitió impresiones optimistas y se manifestó tan leal y sumiso que inspiró a Vaquero esta declaración alborozada ante los periodistas: «La conversación telefónica con el señor Dencás me ha producido gran satisfacción. No pueden imaginarse cuánto me hubiese alegrado que todos los españoles la hubiesen escuchado. La Generalidad está dispuesta a mantener el orden en Cataluña y con gran resolución lo consigue».

A las seis y media de la tarde comenzaron a afluir a la Plaza de Cataluña grupos de «escamots» y de afiliados a los partidos nacionalistas. Una hora más tarde, cuando los congregados sumaban varios millares, se organizó la manifestación precedida de dos pancartas que decían «Alianza Obrera», «Exigimos la independencia catalana». La muchedumbre, que entonaba Els Segadors y otros himnos y prorrumpía en gritos de toda índole, penetró en la plaza de la República muy cerca de las ocho de la noche. En el palacio de la Generalidad se hallaban reunidos desde primeras horas de la tarde Companys y los consejeros. «El Presidente, refiere Dencás, con nervosismo que no podía disimular, nos interrogó sobre la actitud del Gobierno catalán ante los acontecimientos. Fui el primer requerido para dar mi opinión. Mi respuesta fue muy breve: ante los acontecimientos, si no queremos traicionar al pueblo hay que aceptar la responsabilidad y dirigir la revolución. Este criterio fue aprobado unánimemente por el Consejo. El señor Presidente se limitó a hacernos firmar un documento en el cual todos compartíamos la responsabilidad de lo que se hiciere. También lo firmó el presidente del Parlamento catalán, Casanova, que llegó a Palacio llamado por Companys. En aquellos momentos no sabíamos nada de lo que pasaba fuera de Cataluña. ¿Acaso el Presidente consideraba discreto y oportuno no darnos cuenta del resultado de sus relaciones con los socialistas? ¿O tal vez no estaba en íntima relación con ellos?» Se le preguntó a Dencás si todas las cosas estaban «preparadas y distribuidas» y contestó afirmativamente.

La masa humana apiñada en la plaza de la República y calles adyacentes se embraveció, y llegó al frenesí en sus gritos al aparecer en el balcón del histórico salón de San Jorge el Presidente y los consejeros. Acababan de sonar las ocho de la noche, hora tan ansiosamente esperada por los nacionalistas como trascendental en el reloj de los destinos históricos de Cataluña. Estalló una ovación, una gritería ensordecedora que duró largo rato y a continuación se hizo silencio de emoción, casi de angustia e impuesto también por el cansancio producido por tan prolongado anhelo. Companys con voz clara y enérgica pronunció en catalán las siguientes palabras:

«Catalanes: Las fuerzas monarquizantes y fascistas que de un tiempo a esta parte pretendían traicionar a la República han conseguido su objetivo y han asaltado el Poder. Los partidos y los hombres que han hecho públicas manifestaciones contra las menguadas libertades de nuestra tierra y los núcleos políticos que predican constantemente el odio y la guerra a Cataluña, constituyen hoy el soporte de las actuales instituciones. Los hechos que se han producido dan a todos los ciudadanos la clara sensación de que la República en sus fundamentales postulados democráticos se encuentra en gravísimo peligro. Todas las fuerzas auténticas republicanas de España y los sectores socialistas avanzados, sin distinción ni excepción, se han alzado en armas contra la audaz tentativa fascista. La Cataluña liberal, democrática, republicana, no puede estar ausente de la protesta que triunfa por todo el país, ni puede silenciar su voz de solidaridad con sus hermanos que en tierra hispana luchan hasta morir por la libertad y el derecho.

Cataluña enarbola su bandera, llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia debida al Gobierno de la Generalidad, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas.

En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del Poder en Cataluña, proclama el Estado Catalán en la República Federal Española y establece y fortifica la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, los invita a establecer en Cataluña el Gobierno provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República Federal, libre y magnifica. Aspiramos a establecer en Cataluña el reducto indestructible de las esencias de la República. Invito a todos los catalanes a la obediencia al Gobierno y a que nadie desacate sus órdenes, con el entusiasmo y la disciplina del pueblo.

Nos sentimos fuertes e invencibles; mantendremos a raya a quien sea, pero es preciso que cada uno se contenga, sujetándose a la disciplina y a la consigna de los dirigentes. El Gobierno desde este momento obrará con energía inexorable para que nadie trate de perturbar ni pueda comprometer los patrióticos objetivos de su actitud.

¡Catalanes! La hora es grave y gloriosa. El espíritu del presidente Maciá, restaurador de la Generalidad, nos acompaña. ¡Cada uno a su lugar y Cataluña y la República en el corazón de todos!

¡Viva la República! ¡Viva la libertad!»

Aclamaciones y vivas delirantes rubricaron las palabras. Gassols respalda el discurso de Companys, «digno sucesor del inmortal Maciá», con apelaciones al patriotismo de los oyentes para que apoyen al Gobierno de Cataluña «y lo defiendan con palabras y con actos, si es necesario contra cualquier agresión, cueste lo que cueste y venga de donde venga». A continuación fue izada la bandera de las cuatro barras.

—¡Ésa no, ésa no!, gritaron algunos. ¡La de la estrella!

Companys insistió enérgico.

—¡Ésa he dicho!

Al abandonar Companys el balcón le esperaban los brazos abiertos de los consejeros, de los diputados y de los correligionarios. Felicitaciones y plácemes. Cuando recibe los parabienes del diputado Soler y Plá, el presidente de la Generalidad dice en voz fuerte, que oyen todos:

—«¡Ja está fet! Ja veurem com acabará. ¡A veure si ara també direu que no soc catalanista!»

Esta última reticencia era un dardo dirigido a los del Estat Catalá.

En la plaza de la República «no se había congregado la multitud de otras veces». «Al terminar los discursos la gente no se derramó como el 14 de abril por las calles de la ciudad para proclamar y vitorear al nuevo régimen, sino que marchó precipitadamente hacia sus casas».

 

 

CAPÍTULO 44.

EL PRESIDENTE DE LA GENERALIDAD CAPITULA